El crecimiento demográfico
ha sido el principal motor de presión sobre los ecosistemas naturales. Y esto
porque para poder satisfacer las necesidades de poblaciones cada día más
grandes, ha sido necesario que explotemos más intensamente los ecosistemas.
Los lugares que ocupamos
para vivir también han crecido. Con mucha seguridad tus padres y abuelos recuerdan
como los pueblos y ciudades donde vivían quizás estaban rodeados por campo y no
por las zonas urbanas que pueden ver hoy día. En efecto, dejamos los pequeños
poblados para transformarlos en grandes urbes que, en muchos casos (como Tokio,
la Ciudad de México, Sao Paulo, Nueva York y Seúl, todas con más de 19 millones
de habitantes en 2005) ocupan extensas superficies y demandan no menos recursos
para mantenerse.
En 1900, en las áreas
urbanas vivían cerca de 200 millones de personas que, para el año 2000, ya eran
cerca de 2 900 millones -las ciudades con un millón o más de habitantes pasaron
entre las mismas fechas de ser 17 a 388-. El área que ocupan en el planeta las
zonas urbanas es en realidad pequeña (tan sólo 2.8% de la superficie terrestre)
si consideramos que son habitadas por cerca de la mitad de la población
mundial.
El crecimiento demográfico, un problema latente.
El crecimiento demográfico, un problema latente.